Tema
3: lectura 3
HEALTH
POLICY AND PLANNING: 9(4):353-370
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Reforma
del sector salud en los países en desarrollo:
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el
papel central del análisis de políticas
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Gill
Walt y Lucy Gilson
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El
análisis de políticas es una disciplina establecida
en el mundo industrializado, aunque su aplicación en
los países en desarrollo ha sido limitada. El sector
salud, en particular, parece haber estado desatendido. Esto
es sorprendente porque existe una crisis bien reconocida en
los sistemas de salud y abundan recomendaciones sobre cuáles
reformas de salud deberían introducir los países.
Sin embargo, se ha dado poca atención a cómo
deberían los países realizar las reformas, y mucho
menos a quién tiende a favorecerlas o rechazarlas.
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Este
documento sostiene que muchas políticas de salud centran
equivocadamente su atención en el contenido de
la reforma e ignoran los actores involucrados en la reforma
de políticas (a nivel internacional, nacional y sub-nacional),
los procesos que dependen del desarrollo e implementación
del cambio y el contexto dentro del que se desarrollan
las políticas. Concentrarse en el contenido de las políticas
aleja la atención de la comprensión del proceso
que explica por qué los resultados deseados de las políticas
no se materializan. El documento está organizado en cuatro
secciones. La primera establece el escenario, demostrando cómo
el cambio del consenso al conflicto en las políticas
de salud determinaron la necesidad de un mayor énfasis
en el análisis de políticas. La segunda sección
explora qué significa el análisis de políticas.
La tercera investiga cuáles otras disciplinas han contribuido
a desarrollar un esquema de análisis. Y la última
sugiere cómo el análisis de políticas puede
usarse no solo para analizar el proceso de las políticas,
sino también para el planeamiento.
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Introducción
El
análisis de políticas es una disciplina académica
y de investigación establecida en el mundo industrializado,
pero su aplicación en los países en desarrollo
ha sido limitada, y el sector salud, en particular, parece haber
sido descuidado.
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Esto
es aún más sorprendente por la creciente crisis
en los sistemas de salud. El optimismo inicial de la revolución
de la atención primaria de la salud (PHC) a fines de
los setenta ha sido desafiado por varias tendencias: costos
escalonados, pero menores presupuestos de salud pública
debido a la recesión económica; la emergencia
del SIDA; el aumento en el número de desastres complejos
y de gran escala; la prevalencia de enfermedades crónicas
junto a enfermedades contagiosas persistentes; inequidades agravadas
en el acceso a los servicios; personal de salud desmoralizado;
resistencia repentina de medicamentos a algunas enfermedades.
Frente a las severas limitaciones económicas y cambios
hacia principios neo-liberales, muchos países han introducido
programas de ajuste estructural que han conducido a cortes en
los servicios de salud pública, la introducción,
o aumento, de pagos por la atención de la salud, y la
liberación del sector salud para promover el desarrollo
del sector privado. Los efectos de estos programas de reforma
económica han sido severos. El Programa de Ajuste Económico
Estructural (ESAP) de Zimbabwe fue llamado el Sufrimiento Extremo
del Pueblo Africano (Woodroffe 1993). Las ganancias en el status
de la salud logradas hasta los setenta están sufriendo
un desgaste, y existe una creciente evidencia de los efectos
negativos de las reformas de salud sobre el status de la salud,
especialmente entre los vulnerables (Kanji y Jazdowska 1993;
Messkoub 1992; Pinstrup-Anderson 1993).
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Esta
crisis en la salud está bien reconocida y abundan las
recomendaciones sobre qué deben hacer los países
(por ejemplo en el Informe de Desarrollo Mundial de 1993:
Inversión en la Salud del Banco Mundial). Sin embargo,
se ha puesto muy poca atención a cómo deben
realizar las reformas los países, y mucho menos a quién
es probable que esté a favor o en contra de tales políticas.
Así como el enfoque de la atención primaria de
la salud se hundió por concentrarse en el contenido (la
introducción de programas de trabajadores de la salud
comunales y voluntarios) más que en el proceso (cómo
estimular a las comunidades a apoyar a estos trabajadores),
es probable que fracasen las reformas recientes de salud porque
se espera que las políticas serán implementadas
según fueron planeadas, sin tomar en cuenta los factores
que afectan la implementación.
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Este
documento sostiene que muchas políticas de salud centran
equivocadamente su atención en el contenido de la reforma
y descuidan los actores involucrados en la reforma de las políticas
(a nivel internacional, nacional y sub-nacional), los procesos
que dependen del desarrollo e implementación del cambio
y el contexto dentro del que se desarrollan las políticas.
(Figura 1). Concentrarse en el contenido de las políticas
aleja la atención de la comprensión del proceso
que explica por qué los resultados deseados de las políticas
no se materializan. Como ha dicho Reich (1994a), la reforma
de políticas es un proceso profundamente político,
que afecta los orígenes, la formulación y la implementación
de las políticas. Las autoridades normativas, ya sean
politólogos o burócratas, están muy conscientes
de que las reformas suelen ser impopulares y pueden causar mucha
inestabilidad social. Pueden estar renuentes a empujar las reformas,
aún cuando sean parte de los acuerdos sobre préstamos.
El Banco Mundial admite que solo el 55% de las condiciones en
los acuerdos sobre los préstamos de ajuste estructural
han sido implementados completamente cuando se hace la última
entrega de los fondos (Clapp 1994; 307).
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Se
necesitan urgentemente nuevos paradigmas de pensamiento para
aplicar al sector salud, para entender los factores que influyen
en la efectividad del cambio de políticas. Este enfoque
ya ha sido propugnado por las áreas de políticas
económicas y de desarrollo, por académicos que
cuestionan la sabiduría convencional sobre el papel del
estado (Mackintosh 1992) y el papel de los donantes externos
(White 1990). Manor (1991; 6) ha defendido la necesidad de ‘descripciones
sólidas’ en vez de ‘modelos parsimoniosos’. Nosotras
sostenemos que el mismo reto existe para la salud, porque el
contexto en el que se formulan e implementan las políticas
de salud ha cambiado. Las políticas de salud pasaron
de un dominio de políticas caracterizado principalmente
por el consenso, a estar cada vez más sujetas al conflicto
y la incertidumbre, y este cambio demanda otras formas de pensar
sobre las polítcas. Nosotras sostenemos que
·
el análisis de políticas ofrece un esquema
más completo para pensar sobre las reformas de salud
que los enfoques que se concentran en las características
técnicas del contenido de la reforma;
·
la literatura de economía política y de otras
disciplinas ofrece ideas sobre la forma como el análisis
de políticas podría ser aplicado en el sector
salud;
·
usando un modelo analítico simple (Figura 1) que
incorpora los conceptos de contexto, proceso y actores,
así como contenido, las autoridades normativas y
los investigadores serán capaces de entender mejor
el proceso de reforma de las políticas de salud y
planear una implementación más efectiva. El
modelo puede usarse tanto retrospectivamente como prospectivamente.
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Este
es un modelo muy simplificado de un conjunto complejo de interrelaciones
y da la impresión de que cada uno puede ser considerado
por aparte. En realidad los actores están influenciados
(como individuos y como miembros de grupos de interés
o asociaciones profesionales) por el contexto dentro del cual
viven y trabajan, tanto a nivel de macro - gobierno como a nivel
micro - institucional. El contexto está afectado por
muchos factores como la inestabilidad o incertidumbre creada
por los cambios en el régimen político o la guerra;
por la ideología neo-liberal o socialista; por la experiencia
histórica y la cultura. El proceso de hacer políticas
(cómo entran los asuntos en la agenda de las políticas,
cómo les va una vez ahí) a su vez es afectado
por los actores, su posición en las estructuras de poder,
sus propios principios y expectativas. Y el contenido de las
políticas reflejarán unas o todas las dimensiones
anteriores. En otras palabras, decimos que concentrarse como
antes en el contenido de las políticas descuida otras
dimensiones del proceso, los actores y el contexto, que pueden
hacer la diferencia entre la elección y la implementación
efectiva y no efectiva de las políticas.
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El
documento está organizado en cuatro secciones. La primera
establece el escenario, demostrando cómo el cambio del
consenso al conflicto en las políticas de salud determinaron
la necesidad de un mayor énfasis en el análisis
de políticas. La segunda sección explora qué
significa el análisis de políticas. La tercera
investiga cuáles otras disciplinas han contribuido a
desarrollar un esquema de análisis. Y la última
sugiere cómo el análisis de políticas puede
usarse no solo para analizar el proceso de las políticas,
sino también para el planeamiento.
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El
cambio del consenso al conflicto en las políticas de
salud
Un
contexto de desarrollo cambiante
La
gama y la escala del cambio político y económico
hacia fines de los ochenta y durante los noventa ha sido dramático
y ha conducido a significativas reformas de políticas
en el campo de la economía y la política que también
han influido en sectores como el de la salud.
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Durante
los cincuenta y los sesenta el desarrollo dirigido por el estado
fue parte del ambiente intelectual del momento (Sen 1983). Era
justificado mediante análisis económicos que identificaban
los mecanismos del mercado como inadecuados en los países
en desarrollo (Chowdhury y Krkpatick 1994; 1), legitimizando
el papel de los gobiernos al intervenir para corregir las imperfecciones
del mercado mediante la inversión del sector público.
También se ajustaba bien a los intereses de los líderes
políticos permitiéndoles establecer o consolidar
la lealtad mediante la extensión de las empresas o burocracias
estatales. Y en este período la ayuda internacional se
extendió para apoyar al estado.
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El
regreso a la teoría económica clásica –el
neo-liberalismo de los ochenta- fue una reacción, en
parte, al positivo crecimiento y desarrollo económico
en Asia (donde muchos gobiernos habían promovido las
políticas neo-liberales); en parte al crecimiento de
lo que llegó a ser visto como sectores públicos
demasiado extendidos o débiles en algunos países
en desarrollo; y en parte al reconocimiento de que las preferencias
del gobierno expresadas mediantes políticas promovían,
no sin ambigüedad, los intereses de sus poblaciones. La
deuda, la inestabilidad y, sobre todo, la ineficiencia, eran
percibidas como fracasos en las políticas económicas.
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Desde
los ochenta muchos actores expresaron descontento con el estado.
Escritores de muy distintas disciplinas y posiciones se quejaron
del ‘estado auto-engañado’ (Chambers 1992) o del ‘estado
desigual’ (Bayart 1993). En Europa central y oriental la gente
se lanzó a las calles para echar abajo el estado en 1989.
Y las instituciones financiadoras internacionales, como el Banco
Mundial y el FMI se volvieron impacientes con lo que percibían
como gobiernos autoritarios de países en desarrollo.
Dado su papel central en la reprogramación de la deuda
y en los nuevos acuerdos de préstamos, estas agencias
pudieron introducir condiciones significativas en forma de programas
de ajuste estructural que exigían reformas políticas
(por ejemplo, reducción del servicio civil, introducción
de elecciones multi-partidistas) así como reformas económicas
(por ejemplo, liberalización del comercio, eliminación
de subsidios). Los programas de ajuste estructural afectaron
al sector salud a través de los recortes en presupuestos,
la promoción del sector privado y la introducción
de costos para el usuario por los servicios de salud.
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La
tendencia de quienes propugnan las reformas de políticas
era percibirlas como técnicas: los expertos internacionales
negociaban programas de reforma con las autoridades nacionales.
Aunque muchos estaban de acuerdo sobre la necesidad de alguna
reforma (a pesar de los fieros debates sobre el alcance, el
tiempo y las condiciones), el énfasis en el contenido
de la reforma descuidaba factores importantes como las distintas
culturas e instituciones políticas, la influencia de
ideologías o escuelas de pensamiento y las tradiciones
históricas.
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Desde
fines de los ochenta, los economistas y los politólogos
han sostenido que las complejas reformas económicas tenían
efectos distributivos (a menudo drásticos) inmediatos
y fundamentales sobre las poblaciones, y cuando los beneficios
eran a largo plazo (y surgían grandes dudas sobre la
magnitud del beneficio) no podían ser tratados como políticas
técnicas que fueran implementadas automáticamente.
Las autoridades normativas nacionales y los académicos
criticaron cada vez más los enfoques tecnocráticos.
Lindenber (1989; 359) cita una autoridad normativa anónima,
diciendo que
‘A
menudo esta gente que viene aquí de las organizaciones
internacionales a predicar el evangelio de la estabilización
y el ajuste estructural sabe tanto sobre las consecuencias
políticas y económicas de sus propuestas como
los médicos que recetaban sanguijuelas para corregir
los desequilibrios entre las cuatro erupciones en la piel
de sus pacientes.’
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Herbst
(1990) afirma que los programas de ajuste estructural que exigían
fuertes reducciones en las iniciativas públicas en África
no reconocieron que esas iniciativas habían sido una
importante fuente de gratificación y respaldo para los
líderes africanos durante décadas. Reducir sus
actividades amenazaba importantes distritos electorales y podía
conducir a debilitar la implementación o volver el estado
mucho menos flexible para lidiar con las crisis. Con una tónica
similar, Haggard y Webb (1993) observaron que los programas
de ajuste estructural estaban siendo socavados por su tendencia
a ignorar las características institucionales del sistema
político, la economía interna y externa y el diseño
de los programas de reforma.
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Un
contexto de salud cambiante
La
cambiante economía política tuvo repercusiones
para las políticas de salud y facilitaron la idea de
reformar el sector salud. Cuando el estado tuvo una función
de de desarrollo fuerte y central, las políticas de salud
se habían decidido básicamente mediante consenso,
en parte porque eran controladas por una élite médica.
Durante este tiempo, las políticas de salud estaban bastante
libres de controversia, recibían un apoyo amplio (aunque
pasivo) de la población y aparecían como asuntos
de ‘política inferior’ en la agenda política.
Estaban relacionadas, casi en su totalidad, con el contenido
de las políticas (por ejemplo, cómo mejorar el
acceso y la cobertura, cómo aumentar la eficiencia en
el uso de las camas de hospital), y las reformas estaban muy
limitadas a los problemas de organización de los sistemas
de salud (por ejemplo, la relación entre los distintos
niveles de los servicios de salud –terciario, secundario y primario).
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En
los ochenta, sin embargo, en la medida que las ideas neo-liberales
empezaron a dominar, las políticas de salud se movieron
a una arena de políticas en la cual los valores aceptados
fueron desafiados (por ejemplo, proponiendo ‘compartir costos’
y la promoción de los proveedores privados de atención
de la salud). Un contexto en el cual dominan los valores de
mercado, deja poco espacio para la moralidad, los valores y
los sentimientos, y puede socavar y destruir los conceptos previamente
aceptados y socialmente contruidos de propósito público,
moralidad pública y el rendir de cuentas público
(Wuyts et al. 1992). Los debates sobre las políticas
de salud se caracterizaron cada vez más por el conflicto,
haciéndolos, en relación con las décadas
anteriores, temas de agenda de la ‘política superior’.
Este conflicto inevitablemente generó considerable incertidumbre
sobre la elección apropiada de políticas.
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¿Cómo
ocurrió el cambio del consenso al conflicto? El período
de consenso se derivó principalmente de un campo de políticas
relativamente restringido y dominado por la medicina. Desde
los cuarenta hasta mediados de los setenta las políticas
de salud se alimentaron de una confianza tremenda en la ciencia
médica. Sulfonamidas, penicilina y antibióticos
de amplio espectro ofrecían las herramientas para desafiar
las enfermedades. La síntesis del DDT y su aplicación
para controlar la malaria, las vacunas contra las enfermedades
infecciosas, el advenimiento de los anticonceptivos orales,
todo el monopolio profesional fortalecido y las creencias legas
de que la medicina tenía las respuestas: las autoridades
normativas solo tenían que decidir cómo manejar
y organizar los servicios de salud para hacerlos accesibles,
disponibles, aceptables y pagables.
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El
dominio de las políticas de salud por los profesionales
médicos se repitió en los círculos internacionales.
Desde los cincuenta las agencias internacionales y bilaterales
se involucraron más con la salud y establecieron su credibilidad
erradicando la viruela y (con más controversia) ayudando
a controlar la malaria. Ofrecieron experiencia técnica
y fondos para varios programas de salud, incluyendo la planificación
familiar.
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Sin
embargo, a fines de los sesenta el paradigma médico fue
cada vez más desafiado dentro y fuera de la profesión.
Las antiguas políticas que habían hecho énfasis
en el tratamiento de las enfermedades en centros de excelencia
fueron cuestionadas por historiadores, epidemiólogos
y economistas, que mostraban que muchas dolencias estaban relacionadas
con la pobreza (Abel-Smith y Leiserson 1978), que las medicinas
que habían aparecido como magia tenían muchas
consecuencias no deseadas (Illich 1975) y que los hospitales
de enseñanza atendían una parte muy pequeña
de la población pero tragaban gran parte del presupuesto
de salud (King 1966). Los científicos sociales hicieron
una creciente intromisión en el dominio de los profesionales
médicos en las políticas, cuestionando los efectos
de la cultura sobre la conducta de salud y los costos relativos
de las distintas actividades de atención de la salud,
entre otras cosas.
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La
introducción de la atención primaria de la salud
en 1978 reflejó el pensamiento de estos grupos y expandió
el campo de las políticas de salud para incluir otros
grupos, además de los profesionales médicos. La
pérdida del monopolio profesional abrió el camino
para el conflicto en los debates de políticas. Esto se
manifestó en debates a nivel global sobre la atención
integral versus la selectiva (Rifkin y Walt 1988), en la batalla
por conseguir un código sobre los sustitutos de la leche
materna y por el establecimiento de un programa de medicinas
básicas (Walt 1993).
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Sin
embargo, aún cuando la noción de ‘voluntad política’
introducido en el documento de políticas Alma Ata sobre
Atención Primaria de Salud reconoció el papel
de las políticas y el conflicto sobre las políticas
de salud, nunca fue desarrollado conceptualmente (con pocas
excepciones recientes como Reich 1994b; Whitehead 1990) y tuvo
poco efecto sobre las políticas de salud implementadas
por donantes en muchos países de bajo ingreso. Estos
seguían siendo principalmente programas técnicos
organizados verticalmente como la inmunización contra
seis enfermedades infecciosas de la niñez y el control
de la diarrea. Incluso las políticas nacionales de atención
primaria de la salud fueron interpretadas, a menudo, en forma
limitada y conveniente, como programas verticales dentro de
los ministerios de salud (Decosas 1990), o como sinónimo
de programas de trabajadores de salud comunales o como expansión
de las infraestructuras de la salud rural (Walt 1990).
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Las
políticas neo-liberales introdujeron nuevas tensiones
en el dominio de las políticas de salud. En el mundo
industrializado había un énfasis creciente en
contener los costos y aumentar la eficiencia, llevando a conceptos
del mercado interno y la división entre proveedores y
compradores, y un énfasis controversial sobre las virtudes
de la competencia. Los administradores y economistas intervinieron
cada vez más en áreas previamente controladas
por los profesionales. En el mundo en vías de desarrollo
los donantes y las instituciones financiadoras dictaron condiciones
neo-liberales para los acuerdos sobre deuda y préstamos:
estas incluían un papel reducido del sector público,
la introducción o aumento del costo de las consultas,
medicinas e ingresos a hospitales y la reducción de limitaciones
para el sector privado.
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El
cambio del consenso al conflicto en las políticas de
salud sirvió para tomar consciencia sobre el fracaso
de las políticas anteriores. Por ejemplo, a fines de
los ochenta muchas agencias de ayuda estaban admitiendo que
los años de experiencia en la atención primaria
de la salud habían mostrado que las soluciones técnicas,
aunque suelen ser necesarias, no bastaban para sostener los
resultados de las políticas, especialmente en los países
más pobres. Aunque las tasas de mortalidad infantil habían
disminuido y la cobertura de la inmunización había
aumentado en muchos países, esas ganancias llegaron junto
a las crecientes inequidades sociales, mala calidad de la atención
y peores condiciones de vida. Llegó a ser claro que la
efectividad de los programas estaba influenciada por los valores
y la cultura (nacional e internacional), el rendir cuentas,
el espíritu y la comunicación, junto a otras cosas,
pero que tales factores habían sido descuidados por creer
que mejores técnicas o tecnologías podían
lidiar por sí solas con las causas de la mala salud (Cutts
1994; Nabarro y Chinnock 1988; Heggenhougen y Clements 1987).
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Buscando
nuevas soluciones de políticas, los donantes promovieron
las políticas de descentralización para quitar
el control de las autoridades estatales centrales distantes;
la entrega de servicios mediante organizaciones no gubernamentales
que se percibían como más cercanas a las comunidades
locales y que podrían fomentar un mayor sentido de democracia;
y un ‘buen ejercicio del poder’, que incluía una reforma
dentro de las burocracias más pequeñas (pago según
desempeño, más flexibilidad para contratar y despedir)
y un mayor rendir de cuentas.
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Al
hacer esto, sin embargo, surgieron dos problemas. Uno relacionado
con la soberanía, el rendir de cuentas y las relaciones
de poder desiguales. Dicho con franqueza, los gobiernos nacionales
querían préstamos o donaciones de las organizaciones
internacionales, pero las recibían solo si aceptaban
imponer reformas económicas. Para algunos esto era reflejo
de condicionalidad sin responsabilidad (Cliff 1993). Sin embargo,
las agencias internacionales debían, a su vez, rendir
cuentas ante sus propias asambleas constituyentes y han sido
afectadas por algunos países debido al esceptisismo expresado
sobre el papel de la ayuda y el valor de la asistencia y la
cooperación técnica (Bauer 1981; Hannock 1989).
También las agencias internacionales son actores muy
variantes; las organizaciones no gubernamentales, multilaterales
y bilaterales tienen metas y valores muy distintos. Bollini
y Reich (1994), por ejemplo, hacen la diferencia entre agencias
con ‘mentalidad internacional’ y con ‘mentalidad nacional’.
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El
otro problema relacionado con la falta de comprensión
del proceso de políticas es que existen brechas enormes
en el conocimiento sobre cómo trabajaban las burocracias
o cómo las autoridades normativas respondían a
la presión. Si bien la preocupación sobre un ‘buen
ejercicio del poder’ exigía la comprensión de
la cultura burocrática y los procesos de toma de decisiones,
este conocimiento era fragmentado y parcial. No estaba claro
en qué medida la implementación de reformas estaría
influida por los procesos de políticas domésticos,
dada la falta de información sobre el desarrollo institucional
y sobre cómo funcionaban los sistemas organizativos y
administrativos. Por ejemplo, aunque había fuerza en
los argumentos a favor de una mayor efectividad y eficiencia,
había poca comprensión sobre cómo ocurriría
esto en una economía en contracción, en vez de
en una economía en expansión. Como dijo Cumper
(1993), el planeamiento de la salud siempre se había
basado en el supuesto del crecimiento y faltaba el conocimiento
y las técnicas para originar e implementar el cambio
en los sistemas de salud en contracción. La introducción
de la competencia, ya sea mediante mercados internos, como en
el Reino Unido, o mediante las organizaciones no gubernamentales
en los países en desarrollo, planteó importantes
interrogantes sobre las condiciones para el éxito que
carecían de respuesta (Broomberg 1994).
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En
este ambiente de políticas, la certidumbre ideológica
expresada mediante documentos de políticas como el Informe
Mundial de Desarrollo 1993: Inversiones en la Salud parece
mucho más sólida de lo que es (Reich 1994a). Y
por eso hay una aceptación prometedora de que se necesitan
nuevos enfoques analíticos que ofrezcan una mejor comprensión
y una explicación más completa del ambiente de
las políticas. Afirmamos que nuestro esquema de análisis
de políticas ofrece este enfoque.
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¿Qué
es el análisis de políticas?
El
análisis de políticas toma conceptos de varias
disciplinas; economía, ciencias políticas, sociología,
administración pública e historia, y aparece como
una sub-disciplina hacia fines de los sesenta, principalmente
en los EEUU. Es definida de distinta forma por diferentes académicos,
tiene distintas apariencias y ofrece una confusa heterogeneidad
de teorías diferentes, desde muy prescriptivas hasta
descriptivas (Heclo 1972).
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La
mayor parte del análisis de políticas se centra
en el proceso de políticas. Dror (1993; 4), por ejemplo,
define el análisis de políticas como ‘enfoques,
métodos, metodologías y técnicas para mejorar
las distintas decisiones de políticas’. De igual forma,
Paul et al. (1989; 1) definen el análisis de políticas
como ‘la tarea de analizar y evaluar opciones de políticas
públicas en el contexto de las metas dadas para elección
de las autoridades normativas u otros actores relevantes’. La
implicación de estas definiciones de análisis
de políticas es que las autoridades normativas están
preocupadas principalmente por el contenido de las políticas,
son intencionalmente racionales, y necesitan tener destrezas
particulares para hacer elecciones apropiadas entre las alternativas
bien definidas de políticas en el fomento de metas complejas
pero compatibles.
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Estos
enfoques son parecidos a aquellos caracterizados por las escuelas
incrementalistas o racionales de la toma de decisiones. El promotor
clásico de este primer enfoque es Lindblom (1959), quien
se interesa por analizar lo que sucede en las organizaciones
o lo que sucedió en una decisión particular. El
suyo es un enfoque descriptivo que favorece el incrementalismo
y reconoce un proceso de negociación entre los distintos
grupos de interés en el proceso de hacer políticas.
El enfoque racional es más abstracto y lidia con los
valores y con la forma como debe asumirse la toma de
decisiones. Ofrece un ‘modelo ideal’ y prescriptivo de cómo
debe realizarse la toma de decisiones, aportando una forma de
mejorar la efectividad de la toma de decisiones, identificando
explícitamente los valores y las metas antes de hacer
las elecciones de las políticas y seleccionando las mejores
opciones de políticas según la información
completa sobre costos y consecuencias de cada una (Simon 1957).
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Estos
enfoque centran sus análisis en la toma de decisiones,
aunque Lindblom enfatiza el papel de los actores como partidarios
en el proceso de políticas. Nuestro enfoque del análisis
de políticas va más allá porque, aunque
considera los procesos de la toma de decisiones, también
centra su atención en la conducta de los actores que
formulan e implementan políticas y el contexto
dentro del cual circulan las políticas (Figura 1). Ofrece
un esquema mucho más amplio para pensar en las políticas
de salud. Al adoptar este modelo afirmamos que las políticas
no son solo una prescripción o descripción, ni
se desarrollan en el vacío; son el resultado de complejas
interacciones sociales, políticas y económicas.
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Nuestro
modelo de análisis de políticas se acerca más
a los enfoques de economía política, que también
se sirven de conceptos de varias disciplinas, pero han sido
dominados por la economía y la política. Las teorías
recientes de economía política han estado principalmente
motivadas por un interés de explicar los procesos relacionados
con la formulación y la implementación de los
programas de ajuste estructural en los países de bajos
ingresos. Los mejores análisis han sido realizados por
teóricos del desarrollo, economistas y politólogos.
¿Qué tienen que ofrecer estos enfoques al análisis
de políticas de salud?
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¿Qué
se puede aprender de otras disciplinas?
La
economía ha brindado una contribución importante
a las políticas de salud durante las dos últimas
décadas. Desde fines de los sesenta las autoridades normativas
recurrieron cada vez más a los economistas para el análisis
de los costos de atención de la salud y las opciones
de financiamiento de los servicos de salud. En diez años
hubo una cantidad creciente de economistas de la salud en las
instituciones académicas, las organizaciones internacionales,
los ministerios de salud; ellos dominaban la investigación
en los servicios de salud y las discusiones de políticas
de salud. La economía juega un papel importante en la
valoración de opciones en la toma de decisiones, ayudando
a las autoridades normativas a hacer elecciones sobre la base
de la eficiencia y la equidad. Cada vez más se considera
que la economía ofrece técnicas valiosas para
hacer políticas, en parte por su interés central
en la distribución de escasos recursos y en parte porque
lidia con los efectos mensurables (Sharpe 1977).
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Sin
embargo, si bien pocos negarían la utilidad de la economía
como una de las herramientas para la selección de políticas,
igual que toda disciplina, tiene sus limitaciones. Green (1990;
274) ha dicho, por ejemplo, que existe un peligro de que los
economistas puedan ser vistos como ‘tecnócratas neutrales,
prototipos de racionalidad y portadores de objetividad’, aunque
están, como todos los otros actores, llenos de valores
particulares que pueden estar o pueden no estar articulados
(ni siquiera reconocidos) explícitamente. Fuchs (1993)
da tres ejemplos que ilustran las limitaciones de la economía
en políticas de salud. La primera es que la economía
es un método o forma de pensar general, pero no necesariamente
ofrece soluciones para las autoridades normativas de la salud
debido a las particularidades del mercado de atención
de la salud. Por ejemplo, en la mayoría de las industrias
donde hay exceso de capacidad, los precios bajan drásticamente
y algunas firmas son expulsadas del mercado. Pero en los mercados
de atención de la salud de los EEUU hay exceso en la
provisión de camas de hospital, en alta tecnología
y en ciertos especialistas quirúrgicos y médicos,
a pesar de que los costos y las tarifas siguen siendo elevados.
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El
segundo ejemplo de Fuch es en el dominio social y político:
si bien la economía ayuda a entender cómo los
costos de atención de la salud son más altos en
EEUU que en Canadá o Alemania, la economía no
explica ‘la capacidad política superior de Canadá
para promulgar y administrar seguros de salud universales’ o
la mayor disposición de los alemanes a obedecer las regulaciones
centralizadas para el gasto en salud. Y finalmente, la tercera
limitación de Fuch se relaciona con la importancia de
los valores en las políticas de salud. Los conflictos
sobre los valores son especialmente severos en la arena de las
políticas de salud: por ejemplo, ¿deberían las
tecnologías médicas estar a disposición
de todos, a pesar de su costo, o deberían gastarse los
fondos en salud pública y la prevención de las
enfermedades? La economía no puede ofrecer una orientación
sobre cuál sistema de valores favorecer al hacer políticas.
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Los
economistas mismos han reconocido cada vez más la necesidad
de enriquecer su punto focal y sus métodos de estudio
con herramientas conceptuales de otras disciplinas y han recurrido
a las políticas y al análisis de políticas
(Healey y Robinson 1992; Meier 1993).
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‘Los
economistas son entrenados en el estudio de la operación
de las fuerzas económicas dentro de limitaciones políticas,
sociales y morales. Este enfoque tiene que ser complementado
(y en algunos casos reemplazado) por el estudio de la operación
y la manipulación de las fuerzas políticas,
sociales y psicológicas dentro de límites económicos.
Más fundamentalmente, si el objetivo es comprender
la sociedad, la distinción entre las variables económicas
y las variables no económicas puede ser inaceptable.’
(Streeten 1993; 1286)
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Los
teóricos del desarrollo han reconsiderado también las viejas
relaciones entre el crecimiento y el desarrollo económico, destacando
la necesidad de distintas modalidades de análisis (Manor 1991;
Chambers 1992).
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Por
lo tanto, los economistas se han unido a los politólogos,
sociólogos y antropólogos para ofrecer una mejor
comprensión del ambiente político dentro
del cual se deciden y ejecutan las políticas. Mucho del
ímpetu por esta resurrección de los principios
de la economía política fue estimulado por la
introducción de reformas económicas mediante programas
de ajuste estructural. Los primeros debates tenían que
ver con los beneficios y desventajas del ajuste económico
y estaban orientados hacia el momento, la escala y los debates
sobre la efectividad a corto y largo plazo (Cornia et al. 1987;
Mosley et al. 1991; Parfitt 1993; Stewart 1991). En otras palabras,
se relacionaban con el contenido de los programas de ajuste
estructural.
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Hacia
fines de los ochenta, sin embargo, cierta cantidad de escritores
señalaban la pobreza de ese enfoque. Elliott (1988) sostenía
que las prescripciones de los programas de ajuste estructural
en África suponían que serían aceptadas
e implementadas mediante un proceso de diálogo de políticas
y que esto era ingenuo.
….
La
reacción popular a las políticas mal concebidas
a veces es suficientemente fuerte como para derrocar los
gobiernos. De igual forma, las políticas convenientes
desde el punto de vista político pueden mantener
a los gobernantes en el poder a corto plazo a costa de la
bancarrota nacional, la miseria humana creciente y una eventual
indignación pública.’ (1989; 359)
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La
implicación de las ideas de estos académicos fue
que si los reformadores de políticas hubieran percibido
los gobiernos como entes de dos piernas cuando introducían
políticas de ajuste estructural, se podría haber
evitado la forma prescriptiva tan criticada de introducir e
imponer reformas y la implementación se hubiera ajustado
más a las necesidades de cada país.
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Mucho
de lo que se escribe en el campo de la economía política
adopta un enfoque dinámico del análisis de políticas,
creyendo que si el análisis de políticas precede
la elección de las políticas, la probabilidad
de una implementación más efectiva es mayor. ‘El
análisis de políticas es importante porque nos
ayuda a actuar efectivamente’ (Wuyts 1992; 285). Esta posición
se alcanza a través del desarrollo de esquemas explicativos
de las relaciones entre el estado y la sociedad, actores políticos
como los gobiernos, los donantes extranjeros y los grupos de
interés, los cuales recurren a conceptos históricos,
culturales y sociológicos para agregar profundidad a
la explicación. Si bien todos empiezan con la premisa
de que los factores políticos son una característica
de todo análisis de políticas, ofrecen un gran
variedad de enfoques y esquemas. Algunos, sin embargo, se centran
más en el contexto macro-político de la
toma de decisiones, y otros en los actores involucrados
en la toma de decisiones, aunque inevitablemente hay mucho traslape.
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El
contexto como centro de atención
Muchos
analistas de políticas se preocupan por aclarar los factores
contextuales macro que influyen en las políticas. Su
preocupación central es con el estado y su papel en la
reforma de políticas económicas. Sin embargo,
escriben con perspectivas distintas.
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Una
de las preguntas fundamentales ha sido sobre el justo papel
del estado. Este debate está detrás de todo análisis
de políticas, visualizando el estado ya sea con
un papel central en la toma de decisiones o con un papel
cada vez más marginal. Mackintosh (1992) revisa las críticas
políticas y teóricas al estado. La perspectiva
del ‘interés público’ del estado, que apoyaba
la antigua teoría del desarrollo, fue desafiada por dos
críticas: los críticos marxistas que veían
el estado como gobernado por relaciones de clase y poder (sugiriendo
que el estado no era una institución desinteresada que
promovía el interés público, sino un poder
en ejercicio a favor de las clases dominantes); y los teóricos
del ‘interés privado’ (o elección pública),
que sostenían que el estado se componía de burócratas
y políticos con intereses propios, que en su búsqueda
de poder, estarían obligados a responder al punto de
vista de las mayorías. Esta perspectiva del estado ofrecía
las bases para las reducciones en el papel del gobierno y la
competencia creciente entre estructuras estatales.
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El
análisis claro de Mackintosh muestra que mientras los
análisis marxistas y de ‘interés privado’ tienen
algunas semejanzas, no necesariamente pueden ser reconciliados
con la perpectiva del ‘interés público’ del estado.
‘La reforma del estado en un modelo de mercado está en
conflicto con una reforma que busca fortalecer el estado como
vehículo de solidaridad social’ (Mackintosh 1992; 89).
Otros también han criticado a los teóricos del
‘interés privado’ o de la elección pública.
Toye (1993, 135-6), por ejemplo, los acusa de presentar una
‘perspectiva profundamente cínica del estado en los países
en desarrollo’, sugiriendo que ‘atribuir el interés propio
como motivación exclusiva de los políticos de
los países en vías de desarrollo es negar su sinceridad,
su mérito y, en definitiva, su derecho legítimo
a gobernar’.
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Si
bien muchos analistas de políticas aceptan la necesidad
de reformar el estado, la mayoría percibe que el estado
debe continuar con la función central en la toma de decisiones.
Streeten (1993) enfatiza la función de la intervención
estatal como apoyo para que los mercados trabajen mejor, no
solo favoreciendo los grupos que ya son poderosos. Perkins y
Roemer (1991) también hacen ver que el estado no puede
ser tratado simplemente como un obstáculo para el funcionamiento
adecuado de los mercados libres – el verdadero debate no es
tanto si el estado debería involucrarse sino cómo
debe manejarse la intervención del estado. Klitgaard
(1991b) dice que los analistas de políticas necesitan
ir más allá de los argumentos ‘estado versus mercado’,
desafiándolos para lograr que tanto el mercado como el
estado funcionen mejor.
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Otros
han caracterizado al estado como débil o fuerte, y han
buscado factores que ayudaban a ofrecer explicaciones políticas
para patrones de políticas. Whitehead (1990), por ejemplo,
examina ocho factores que se traslapan que ofrecen explicaciones
para las diferencias en el manejo macroeconómico del
cambio en los países en desarrollo. Sugiere que debería
ser posible sintetizar estos ocho factores, identificando si
los estados son fuertes o débiles, y luego analizar lo
que esto significaría para la velocidad, flexibilidad
y probable efectividad de varias opciones de políticas.
Los factores que Whitehead identifica como importantes para
ser considerados en el análisis de políticas son:
las tradiciones históricas (colonialismo, independencia,
experiencia bélica); determinantes socioestructurales
(divisiones de clase social, étnicas y religiosas); el
interés propio de los sectores políticamente poderosos
(la posición de las élites gobernantes); las características
arraigadas del sistema político (la experiencia democrática);
las propiedades formales de las instituciones políticas
(regulación del poder estatal, autoridad y rendir cuentas);
la influencia de ideologías o escuelas de pensamiento
económicas particulares (neo-liberalismo); la lógica
de los procesos secuenciales particulares del ‘círculo
vicioso’ (la inflación creciente conduce a la especulación,
altas tasas de interés, atesoramiento) frente al ‘círculo
virtuoso’ (la estabilidad de precios conduce a una caída
de precios, estabilización salarial, confidence
to return), y una variedad de consideraciones ad hoc
o conyunturales (como accidentes en relación a fallar
o acertar al escoger el momento oportuno).
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Migdal
(1988) también trata de caracterizar los estados como
débiles o fuertes, pero los contrasta frente a la ‘sociedad’,
afirmando que muchos países de bajos ingresos tienen
estados débiles y sociedades fuertes, que explica la
implementación parcial o fallida de muchas políticas.
Según esta perspectiva, el estado ha tenido en este siglo
un poder tenue sobre la sociedad, que es la razón por
la cual suele caer en manos de militares. Otras instituciones
–religiosas, de casta, de tribu, de familia – han mantenido
unidas estas sociedades. Por lo tanto, la capacidad del estado
para intervenir efectivamente siempre ha sido débil.
Hinnebusch (1993) ha usado la noción de estado y sociedad
fuerte y débil para explicar la política de la
reforma económica en Egipto, sugiriendo que el balance
de poder entre el estado y la sociedad afecta el proceso de
políticas. Por ejemplo, cuando hay un estado fuerte y
una sociedad fuerte, sugiere que es probable que se de un balance
de poder entre los dos, y por tanto, un consenso considerable
sobre la reforma. Con un estado débil y una sociedad
débil hay poca fuerza para reformar y los problemas no
resueltos aumentan la vulnerabilidad del estado ante las fuerzas
externas, de manera que la reforma es impuesta.
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Quienes
se preocupan por el contexto de la toma de decisiones no se
centran solo en el estado. Algunos se interesan por la cultura,
y el grado en que los factores culturales permean el ambiente
político. Hyden (1983), por ejemplo, afirma que los factores
culturales son parte importante del contexto de las políticas
e influyen en la conducta política. Su descripción
de una ‘economía de afecto’ africana explora las obligaciones
tradicionales a todos los niveles de la sociedad e ilustra cómo
estas llevan a expectativas contradictorias de aquellos que
están en todos los niveles de la organización
pública (obligaciones con la familia versus la promoción
del interés nacional, por ejemplo). Liddle (1992; 797)
sostiene que en la cultura política de Indonesia la noción
permeable de ke-Timuran u ‘Oriental-idad’, debe tomarse
en cuenta al considerar el ambiente de políticas:
‘Ke-Timuran
se relaciona con las actitudes necesarias para mantener
una sociedad armoniosa. Contiene muchas ideas respecto a
los puntos de vista de otros en general, la deferencia a
la población de más edad y a la autoridad
en particular, una noción de que las diferencias
de opinión deberían ser expresadas de manera
privada y sin confrontación.’
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Los
actores como centro de atención
Para
muchos ensayistas sobre el análisis de políticas,
el determinante clave del cambio de políticas es el grupo
de actores involucrado y el centro de atención suele
ser el gobierno. Lindenberg (1989), por ejemplo, analiza cómo
los gobiernos de Panamá, Costa Rica y Guatemala manejaron
el apoyo y la oposición a sus políticas de estabilización
y ajuste estructural a mediados de los ochenta. Concluye su
análisis con un conjunto de lecciones iniciales que podrían
ayudar a otros gobiernos a manejar ‘los ganadores y los perdedores
durante el proceso de cambio económico’, aunque señala
que no se trata de proponer esquemas porque cada país
tiene una historia y un ambiente político único.
En su análisis de las políticas de ajuste en tres
países africanos Toye (1992) concluye que el Banco Mundial
no tomó debida cuenta de los intereses creados de los
líderes de gobierno y los campesinos adinerados en el
sector de la agricultura, y por lo tanto, los esfuerzos para
reformar la economía se tambalearon.
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Gulhati
(1990) sugiere, en un intento por contestar la pregunta ‘¿Quién
hace políticas económicas en África?, que
las autoridades normativas nacionales están influenciadas
por cuatro variables políticas: las tendencias políticas
en el país, y especialmente el carácter del gobernante
(divide los gobernantes en ‘príncipes’, autócratas,
profetas y tiranos); la estratificación social (lealtades
de clase, étnicas y regionales); los donantes extranjeros
e inversionistas; y el tamaño y calidad del servicio
civil. Estas variables (algunas se traslapan con las de Whitehead)
centran su atención en los actores dentro de cada categoría
e intentan ofrecer una visión de conjunto de la cultura
política del país. Gulhati luego identifica los
puntos de intervención en el ambiente de políticas
resultante si es que las reformas llegan a tener éxito.
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Al
revisar los documentos de Whitehead y Gulhati, Bery (1990) sugiere
que ambos esquemas, aunque no son tan útiles para las
autoridades normativas nacionales, ofrecen a los forasteros,
como son los donantes, una forma de valorar la probabilidad
de éxito de un esfuerzo de reforma particular. Tal vez
debido a que centra su atención en África, y los
ejemplos de Whitehead son más bien de América
Latina, Gulhati concede a los donantes mucha más influencia
en la determinación de las decisiones nacionales; él
también muestra más preocupación que Whitehead
por el grado en que el servicio civil afecta la ejecución
de las políticas.
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Poner
atención al servicio civil se estima importante debido
a los papeles estratégicos de los burócratas en
la implementación de las reformas. Algunos han tratado
de comprender la influencia de los actores centrando su atención
en la relación entre los políticos y los burócratas.
Brown (1989), Mukandala (1992) y Panday (1989) por ejemplo,
dicen que en Liberia, Tanzania y Nepal respectivamente, los
burócratas han jugado un papel relativamente insignificante
en los procesos de políticas, principalmente por el dominio
de los políticos (y en Nepal el Palacio Real). Por el
contrario, Koehn (1983) ha dicho que Nigeria ha visto tantos
cambios de gobierno básicamente militares que los servidores
civiles han controlado la toma de decisiones debido a su mayor
pericia y continuidad. Charlton (1991), de igual manera, sugiere
que en comparación con los políticos, los servidores
civiles en Botswana jugaron un papel particularmente importante
en la independencia, aunque el balance de poder entre políticos
y burócratas cambió con el tiempo. Gulhati (1991)
señala que la falta de consenso entre oficiales y políticos
sobre la necesidad de reforma en Zambia (y el hecho de que las
medidas de la reforma fueron principalmente desarrolladas fuera
de Zambia por el FMI, el Banco Mundial y los consultores extranjeros)
fue una de las razones para que se diera el "impasse"
económico en ese país durante los ochenta.
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Algunos
autores están interesados en los actores comunales, más
que en las élites de las políticas dentro del
gobierno (Ghai 1992). Tironi y Lagos (1991), por ejemplo, dicen
que las políticas de ajuste estructural en América
Latina están produciendo profundos cambios en la estructura
social de los países que las implementan. Sugieren un
serie de factores (la fuerza del gobierno y su administración,
la dependencia en agencias financieras multilaterales, la voluntad
y la capacidad de los actores sociales a resistirse) determinarán
si las políticas de ajuste estructural son implementadas
con medidas de shock o en forma gradual. Dan énfasis
al papel de los sindicatos y la comunidad empresarial y en los
grupos sociales marginales, así como a los partidos políticos
y el estado, explorando su influencia relativa en la constelación
de factores que influyen en las políticas.
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En
su revisión de las políticas de desarrollo como
proceso, Wuyts (1992; 283) sostiene que el público no
puede ser separado del estado: ‘Las instituciones estatales
están influenciadas por la acción pública,
y a la vez, ofrecen los medios para sostener o modificar esta
acción.’ Dice que la acción pública no
es solo un factor adicional en el análisis del papel
del estado en el proceso de políticas, sino una parte
integral. Hyden y Karlstrom (1993; 1402) también hacen
énfasis en la complejidad de los ambientes de las políticas
y la interacción de los actores dentro de ellos:
‘no
es suficiente centrar la atención en los valores
inherentes de los instrumentos de políticas específicos
o en los supuestos intereses de varios actores de políticas
en ciertos momentos. Lo que debe agregarse es una dimensión
longitudinal que nos ayude a comprender cómo se interrelacionan
los diversos actores sobre asuntos específicos y
con cuáles resultados.’
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Liddle
(1992) escribe desde la perspectiva del desarrollo (en vez de
la económica), sosteniendo que las teorías de
las causas del desarrollo en el Tercer Mundo han puesto poca
atención a las políticas y están demasiado
preocupadas con la generalización. La tendencia a formular
valoraciones y prescripciones globales para el desarrollo es
tratado por Uphoff (1992) quien propone un enfoque que ‘particularice’
y desagregue. Long y Van der Ploeg (1989) también critican
las teorías de desarrollo por estar casadas con modelos
mecánicos más bien generales de la relación
entre las políticas, la implementación y los resultados.
Asumen una perspectiva de actores que empieza con los individuos
y sus familiasn en vez de con élites políticas
en el gobierno, y están a favor de desglosar el proceso
de implementación de políticas, poniendo mucha
atención a la forma como las intervenciones ‘entran en
las vidas de los individuos y los grupos afectados y así
llegan a formar parte de los recursos y limitaciones de las
estrategias sociales que desarrollan’ (1989; 228).
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Resumiendo,
los documentos revisados representan una serie de publicaciones
que han aparecido en los últimos años, en relación
a los efectos de las políticas. El hecho de que los resultados
de las políticas solo puedan ser comprendidos dentro
de un contexto histórico y mediante la identificación
de los diferentes actores que puedan influir en las políticas
es básico para sus argumentos. Sin embargo, pocos escritores
se fijan explícitamente en el proceso de hacer
políticas. Grindle y Thomas (1991) son la excepción
principal a esta observación. Esto en parte se debe a
que cada analista viene desde una perspectiva distinta, desde
los puntos de vista macro-políticos del estado y las
relaciones estado-comunales, hasta las micro-políticas
de cómo las políticas afectan y son influenciadas
por los individuos y las familias. La literatura es, por tanto,
difusa y rica en su diversidad y complejidad, pero le falta
consistencia y rigor.
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El
proceso como centro de atención
Muy
pocos de los documentos descritos aquí entran a los procesos
de toma de decisiones: están más interesados en
explicar los factores contextuales o la conducta de los actores.
Lo que Grindle y Thomas (1991) ofrecen es un esquema analítico
que incorpora los procesos que ayudan a comprender cómo
se hacen las políticas públicas y quién
influye en ellas. Este enfoque se deriva principalmente de la
reforma de políticas económicas, aunque dan un
ejemplo de la reforma del sector salud en Mali. Centran su atención
en los actores (élites de políticas que son percibidas
básicamente como políticos y burócratas
clave) y en los procesos de definición de la agenda,
toma de decisiones e implementación de reformas. Si bien
son principalmente analíticos, tratan de identificar
un proceso y los factores críticos que afectan los resultados
de las políticas de las iniciativas de reforma, creyendo
que este enfoque puede ayudar a influir en el proceso de reformas
y a comprenderlo. Comparan el proceso de políticas en
circunstancias de crisis, así como en circunstancias
de rutina o de ‘política usual’, consideran las respuestas
probables a las políticas particulares (apoyo y resistencia,
dónde surgen y sus fuerzas relativas), los recursos necesarios
para la implementación, e incluyen juicios sobre contextos
permisibles o limitantes.
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Su
análisis se centra en los límites traslapados
del estado y la sociedad, y aunque ellos descuidan en alguna
medida el papel de los intereses creados y los intereses grupales,
el esquema que ofrecen es inusual porque integran explícitamente
el contexto, los actores y los procesos de la toma de decisiones.
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El
análisis de las políticas de salud
Como
se ha mostrado, la reforma económica condujo a varios
documentos que sostienen que se debe poner más atención
al ambiente de las políticas. El resultado ha sido un
aumento en el número de enfoques, ricos en diversidad
y explicación. Sin embargo, difícilmente ha tocado
al sector salud. Aunque la reforma de salud ha sido similar
a la reforma económica en muchos países en desarrollo
(para no mencionar el mundo industrializado), se ha visto poco
interés en el ambiente de las políticas. A mediados
de los ochenta, Abel-Smith, por ejemplo, llamó la atención
sobre la crisis económica mundial y sus repercusiones
en la salud, demostrando los drásticos efectos en la
recesión. Se hizo alusión a los programas de ajuste
estructural (en términos de los recortes del gobierno
en el sector salud), pero el punto central de interés
era la economía y no la política (Abel-Smith 1986).
Hay pocas excepciones a este punto central de atención.
El análisis de las reformas del sector salud en Chad
y en Nigeria exploraron algunos de los factores políticos
y económicos que explicaron la implementación
parcial o lenta de las reformas (Foltz 1994; Foltz y Foltz 1991).
Bennett y Tangcharoensathien (1994) analizaron el contexto y
los procesos del cambio de políticas estimulando el crecimiento
de la atención de la salud privada en Tailandia, recurriendo
al esquema analítico de Grindle y Thomas. Dahlgren (1990)
y Mwabu (1993) evalúan el proceso de introducir costos
en el sector de salud de Kenia; Reich explora las políticas
farmacéuticas en varios países usando una perspectiva
de economía política (1994a).
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Estos
documentos sugieren que la reforma de salud no es fácil,
está sujeta a considerables influencias externas (externas
al sector salud y al país) y a menudo hay resistencia
hacia ella. Una revisión de las reformas del sector salud
en cuatro países de África apoyadas por ayuda
fuera de proyectos de la Agencia Internacional para el Desarrollo
de los EEUU, concluye que la evaluación de varias experiencias
sugieren que
‘el
cumplimiento de reformas del sector salud es más
difícil que la de reformas en otros sectores.’ (Donaldson
1993; 13)
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Algunas
razones por las que el sector salud puede ser distinto del sector
económico pueden estar relacionadas con factores como
las peculiaridades del mercado de la atención de la salud,
el status de los profesionales de la salud, los conflictos por
valores sobre cobertura, el acceso a la alta tecnología
y el control sobre la calidad de la vida.
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Aunque
se carece de análisis de políticas en las reformas
de la salud en los países en desarrollo (como se dijo
antes), hay alguna literatura sobre los actores y sus papeles
en la toma de decisiones de la salud, con enfoques económico-políticos
de la salud.
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Ugalde
(1978) se concentró en la toma de decisiones en el sector
salud en Colombia e Irán, mostrando que no solo los profesionales
médicos y sus valores dominaban el proceso de políticas,
sino que la toma de decisiones estaba limitada a un círculo
muy cerrado de élites superiores, especialmente en Irán,
pero también en Colombia. Ugalde sugiere que los donantes
internacionales perpertuaron este sistema subdesarrollado de
articulación de la demanda, a pesar de la retórica
sobre la participación comunitaria. La fuerte posición
de una pequeña élite de profesionales de la salud
influenciando las políticas de salud también aparece
en Mozambique después de la independencia (Walt y Cliff
1986) y los autores sugieren que los factores exógenos,
como la guerra y los acuerdos de ajuste estructural (las negociaciones
con el FMI y el Banco Mundial empezaron en 1985),se combinaron
para cambiar la confianza en las políticas de salud.
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Muchos
de los que han escrito sobre políticas de salud en los
países en desarrollo se han interesado por la medida
en que la toma de decisiones en el campo de la salud nacional
ha sido socavada desde los ochenta por depender de los donantes.
En algunos países en África entre el 60 y el 70%
del presupuesto del gobierno para la salud proviene de fuentes
externas. Unos pocos estudios de casos han examinado directamente
en qué medida los donantes están influyendo en
las políticas de salud en determinados países
(Okuonzi y Macrae 1994; Cliff 1993; Cliff et al. 1986; Linsenmeyer
1989) y otros han considerado la influencia de los donantes
como parte del campo de las políticas de salud, tanto
dentro de los países menos desarrollados (Justice 1986)
como dentro de las agencias (Gerein 1986). La interdependencia
global emergente también es una preocupación importante
en el análisis del aumento de la violencia y de los desastres
complejos de gran escala (Duffield 1994). El impacto de la violencia
política en la salud y los servicios de salud ha sido
descrita como un asunto de salud pública por Zwi y Ugalde
(1991) y su último impacto sobre sociedades ‘post’-conflicto
es ilustrado por Macrae, Zwi y Birungi (1994). Duffield (1994)
sugiere que las agencias de ayuda a menudo han despolitizado
las políticas, reduciéndolas a un asunto técnico
de organización o buena práctica, y afirma con
vehemencia que las políticas deben ser basadas en la
centralidad de las relaciones políticas indígenas
y no impuestas desde fuera.
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Hay
pocos enfoque de economía política para analizar
las políticas de salud. Una de las primeras visiones
de conjunto de cómo los sistemas políticos y económicos
afectaban el desarrollo de la atención de la salud es
la Economía Política de la Salud (1979)
de Doyal. Turshen (1984) usaba un enfoque analítico similar
para describir cómo las experiencias con las enfermedades
cambió la historia colonial en Tanzania y cómo
la política ha afectado los asuntos de salud pública
(Turshen 1989). Una revisión más reciente y útil
de la economía política de la salud es la de Reich
(1994b), quien distingue entre dos enfoques: la escuela de intervención
del gobierno, que considera que debe haber control del sector
público sobre el libre mercado y la neo-liberal o escuela
de las fuerzas del mercado, que rechaza la intervención
del gobierno y propone que el sector privado está a cargo
de los avances en las políticas de salud. Morgan (1993)
también asume un enfoque de economía política
al revisar la participación comunal en la salud en Costa
Rica. Stock y Anyinam (1992) concluye que los servicios de salud
no han estado muy influenciados por la ideología en África,
pero en la medida que las reformas neo-liberales empiecen a
funcionar, esta conclusión puede ser desafiada. Kalumba
y Freund (1989) sugieren que las revelaciones de las discrepancias
sociales dentro y entre regiones condujo al eclipse del idealismo
en Zambia hacia fines de los ochenta.
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El
crecimiento de la interdependencia global ha destacado el papel
de las agencias internacionales y bilaterales de la salud y
sus relaciones con la toma de decisiones nacional. Una crítica
de la Propugnación de la Salud para Todos de la OMS,
por Navarro (1984) examina la relación entre la retórica
política global y el poder. Varios escritores del campo
de las relaciones internacionales han examinado la toma de decisiones
en las agencias internacionales: Sikkink (1986) revisó
el papel de la definición de la agenda en la UNICEF y
la OMS en relación con el Código Internacional
sobre Sustitutos de la Leche Materna; Taylor (1991) examinó
varias agencias internacionales, una de las cuales fue la OMS,
para explorar las consecuencias de las presiones financieras
en el sistema de las Naciones Unidas. Uno de los temas sobre
los cambios en el financiamiento dentro de la OMS cuestiona
dónde está el poder dentro de la organización
(Walt 1993). Varios autores han examinado el papel de las agencias
internacionales en el desarrollo de políticas farmacéuticas
(Kanji et al. 1992; Chetley 1990; Reich 1987).
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Aunque
muchos de estos documentos usan el enfoque de análisis
de políticas, suele aparecer en forma implícita.
En cambio, el esquema comparativo de Leichter de 4 políticas
de salud en 4 países industrializados ofrece una visión
de conjunto útil y explícita para el análisis
de políticas, y puede adaptarse a distintas situaciones.
Presenta 4 categorías contextuales de factores que afectan
el proceso de las políticas: el situacional, el estructural,
el cultural y el ambiental, que ofrecen un esquema para analizar
las políticas públicas (Leichter 1979; 41).
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La
escasez de literatura que considere la forma como las políticas
de salud se hacen e implementan en el mundo en desarrollo subraya
la necesidad de análisis de políticas de salud
más detalladas e integrales.
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Incorporación
del análisis de políticas en los estudios de salud
Hemos
dicho que históricamente muchas políticas de salud
solo se han interesado en las características técnicas
del contenido de las políticas, sin considerar los procesos
de hacerlas efectivas. Por eso los cambios en las políticas
a menudo han carecido de efecto y los resultados esperados de
las políticas no han sido alcanzados. El análisis
de políticas sigue ignorando el cómo de
las reformas de políticas.
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Si
bien el ambiente de las políticas en el campo de la salud
fue relativamente de consenso, la orientación técnica
de las políticas de salud presentaba pocas objeciones.
Sin embargo, el ambiente actual de las políticas es más
incierto y más conflictivo y los debates de políticas
plantean preguntas fundamentales sobre los valores y los intereses
de grupo fomentados por el cambio de políticas. Debido
a que las reformas de políticas suelen depender del compromiso
político y no del debate racional, una influencia particular
en su impacto es la estructura de poder dentro de la que operan.
En el sector salud hay importantes e influyentes redes de políticas
compuesta de administradores y profesionales y, al menos en
el Reino Unido, la hostilidad y las diferencias entre estos
dos grupos abundan (Salter 1994). En muchos países de
bajos ingresos existen grandes brechas entre los burócratas
superiores y de menor nivel, entre enfermeras y médicos,
entre élites políticas y administradores. En esos
países el poder es más complicado porque depende
no solamente de las relaciones internas, sino de manera significativa,
de las relaciones externas con los consejeros, los expertos,
los donantes y las instituciones financiadoras. El análisis
de políticas no puede continuar ignorando la influencia
de los valores y los intereses de grupo –el quién
de la reforma de políticas- en la elección
de políticas y las prácticas de implementación.
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Nuestro
modelo analítico simple (Figura 1) hace énfasis
en la función crítica de estos actores en el proceso
de políticas, influyendo en los valores inherentes en
las políticas y las políticas específicas
escogidas mediante el proceso e influenciada por el contexto
de las políticas (históricas, políticas,
económicas y socioculturales). Las decisiones respecto
al contenido de las políticas no son solo técnicas,
sino reflejan lo que es políticamente factible en el
momento de la elección de políticas. Ver las políticas
como un proceso dinámico también es clave para
este análisis: el ambiente de las políticas está
cambiando continuamente, transformando relaciones entre los
grupos y entre las instituciones. De hecho, Warwick (1979) se
refiere al ‘análisis transaccional’ más que al
análisis de políticas para hacer énfasis
en la complejidad de las interacciones sociales, económicas
y políticas que incluyen los sistemas de valores.
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Al
promover esta visualización del análisis de políticas
estamos conscientes de los argumentos que se dirigen contra
el análisis de políticas: que toda política
es decidida por razones políticas y que por tanto es
única en tiempo y espacio; que por ser tan complejas,
las ciencias sociales no pueden ofrecer herramientas suficientemente
específicas para precisar los resultados; que el acceso
a la información es difícil y puede ser delicado;
que puede desactualizarse rápidamente especialmente en
situaciones de inestabilidad política; que el análisis
de políticas se basa en conceptos occidentales que no
son aplicables a los países menos desarrollados. La conclusión
de estos puntos es que tiene poco sentido hacer análisis
de políticas porque nunca es generalizable y no conduce
al cambio.
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No
estamos de acuerdo con estos argumentos. De hecho, una de las
razones para hacer análisis de políticas es precisamente
para influir en los resultados de las políticas. Como
dicen Grindle y Thomas (1991; 141)
‘Hemos
propuesto que los tomadores de decisiones y los administradores
de las políticas puedan analizar su ambiente, en
el contexto de un esquema de economía política
para ver si existen las condiciones y la capacidad para
implementar con éxito la reforma.’
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Reich
(1993) ha desarrollado un método para hacer diagramas
políticos para ayudar en el análisis de ambientes
de políticas. Como herramienta, los diagramas políticos
pueden usarse para la investigación (análisis
retrospectivo) y para el planeamiento (análisis prospectivo).
Por ejemplo, ofrece varias formas distintas para investigar
cuáles actores pueden estar afectados por determinadas
políticas y valorar sus ventajas y desventajas relativas.
Si un ejercicio como este se hace antes de hacer efectivas las
políticas, debe ser posible valorar cuáles grupos
tienden a resistirse y a planear estrategias para superar la
oposición.
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Otros
han usado de manera parecida el análisis de políticas
para ayudar a los tomadores de decisiones a pensar bien las
implicaciones de las políticas de salud particulares
(Gilson 1993). Klitgaard describe sus intentos de construir
una capacidad analítica entre entre los oficiales del
gobierno en Guinea Ecuatorial (1991a) y en Bolivia (1991b).
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Hacemos
énfasis en la importancia crítica de la sensibilidad
y precaución en este enfoque del análisis de políticas,
reconociendo la influencia potencial de los propios valores
y perspectivas del analista en el análisis y hasta en
las decisiones que toma. También aceptamos que las políticas
son formuladas e implementadas dentro de contextos históricos
específicos, y los resultados dependen del tiempo y el
espacio. Sin embargo, esto no significa que nada se pueda
hacer para cambiar las políticas. Sugerimos que la crisis
actual en la salud exige un análisis riguroso e integral
del proceso de políticas y su influencia en la efectividad
de las políticas, como insumo en la toma de decisiones
en el futuro.
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